Cuando la bella durmiente despertó se dio cuenta de que no despertó por el beso de un principe sino por el pinchazo envenenado que recibió de él mismo y no de la bruja como popularmente se ha venido diciendo para salvar el honor de los principes, de cuyo prestigio depende en buena medida la estabilidad de todo reino. Decía pues que la bella durmiente despertó y cuando el sopor y el aletargamiento de un sueño plácido pero irreal y suspendido fragilmente en una burbuja rosa terminó, ella notó que el sapo seguiría siendo un sapo, en el mejor de los casos, y que el sueño profundo producto de besarlo era un montaje barato, casi como un teatro de marionetas cuyos hilos eran halados por quién sabe qué maligna mano. La bella siempre sospechó algo de la falsedad de la escenografía pintada con acuarela pero la fantasía era grata y cómoda. Sin embargo como sucede en este tipo de cuentos la historia debe girar hacia un desenlace más positivo que la ilusión de estar viviendo «feliz por siempre» así que a diferencia de otros cuentos más convencionales el pinchazo envenenado le trajo a la bella vida y consciencia a diferencia del beso del sapo que fue como una droga placentera pero de corta duración y de desagradables secuelas. Esto se debe quizás a que no fue «un beso de amor verdadero» pero la verdad ¿quién entiende de sapos y sus besos, de sus razones y sentimientos? El asunto es que bella pudo al fin andar de nuevo por el bosque, no tan colorido como el del sueño pero con un ároma a madera y a tierra mojada que le fascinaba. Podía volver a reir de verdad y llorar con el alma. Podía soñar que soñaba y decir esto es sueño, esto no lo es. Y cantar, cantar gozar con el canto del juglar y sus historias fantásticas de dragones y de bestias, de guerras y batallas, de los reinos perdidos para siempre, de los amantes separados reunidos después de la muerte. Y quizás hasta puede ser que un día escuche su propia historia, que es ésta, cantada por el juglar. Y quizás hasta se enamore de él, ni principe ni sapo, caballero o bandido y sin ningún hechizo más que el de su propia voz.

comentarios
  1. annalammer dice:

    Buenas noches Uriel,

    Aunque no sea bella durmiente (si lo fuera ahora mismo estaria acostada) a veces me gusta jugar a las princesas, y tengo claro que al final de mi cuento siempre saldria huyendo de palacio solo con lo puesto de la mano del juglar que,claro,por supuesto que tiene el hechizo: el de la palabra…Aquel capaz de hacerme reir, sonreir, pensar y sentir.

    Un beso.

    (Me encantan los cuentos de magos, hadas, brujas, duendes, dragones, principes, princesas, sapos y ranas…¡que se le va a hacer!-Te seguiré leyendo-)

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